miércoles, 13 de abril de 2016

INSTINTO MATERNAL

Ayer por la mañana fui a la peluquería. Cuando salí decidí irme andando a casa. Así mataba dos pájaros de un tiro; bajar el culamen que me estoy gastando últimamente y intentar digerir lo acontecido instantes antes a golpe de plancha y secador. Y no, no es que me hubieran hecho un cristo en la cabeza y hubiera salido enfurruñada, es que quería asimilar la conversación que había tenido con mi peluquero. 

Sinceramente, no sé a cuento de qué salió el tema, de hecho nunca sé por qué sale, pero en estos últimos años, al final por "hache o por be" ahí está la preguntita del millón: 

- ¿Tienes hijos?
- Esto...no... (poniendo cara de circunstancias) 
- Uy!!! pues chica ya puedes ir espabilando! Aunque todavía eres joven.





Sí, claro, ahora intenta arreglarlo. Ya sé que no soy un fósil, pero tampoco soy una pipiola. Soy más que consciente, gracias. 

El caso es que normalmente cuando se dan este tipo de conversaciones interrogatorios, suelo poner el off y tampoco le doy mucha importancia, contesto con monosílabos y a la que puedo desvío el tema. 

Pero ayer fue distinto. Miguel, parecía muy entregado a la causa y se explayó explicándome lo maravilloso que era tener hijos y de cómo te cambiaba la vida. Tan era así, que también se unió a la charla su compañera, y mano a mano con el secador, me iban relatando las delicias de la maternidad. Lo que pasó a continuación fue lo que me dejó en estado de shock: levanté la mirada de la revista de cotilleos de rigor que tenía en la falda y la imagen que vi me quedo grabada.



Lo que vi fue a mi misma, hundida en ese enorme sillón de tocador negro de piel, ridícula, con esa bata negra que te ponen hasta las orejas, que parece que no tengas cuello, esas luces que hacen que te brille mucho el pelo pero que te desluzca la cara a partes iguales por mucho bronzer que te hayas aplicado antes de salir de casa, porque todas sabemos lo traicionera que es la iluminación en las peluquerías y en los probadores de las tiendas. 


Sigo. Ahí estaba yo, monísima, intentando poner cara de que lo que me decían, no iba conmigo. Sí, sí. Ayer lo vi claro. Ese espejo traidor, me devolvió el reflejo de algo que tenía en los ojos, y no era una motita de polvo. Era un brillo cegador que solo podía ver yo (eso espero) mezcla de decepción, tristeza y anhelo. Aparté la mirada y volví a mirarme. En serio? A ver si va a resultar que yo también tengo de eso? eso...cómo se llamaba...instinto maternal.




Me acojoné viva y eché a patadas esos pensamientos de mi mente. Y esos dos seguían: ...porque claro, no es lo mismo tener hijos ahora que todavía tienes fuerza y vitalidad que de aquí unos años, bla, bla, bla...

El caso es que yo nunca me he negado a ser madre, es verdad que nunca he tenido prisa por serlo y que me da un poco mucho vértigo. Me acuerdo que de pequeña juraba que nunca tendría hijos, que tendría perros. 





Y al final lo único que tengo es una vida de perros. Manda huevos. 



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